martes, 16 de agosto de 2011

RUTAS ARGENTINAS I: A DEDO POR LA RN 3


PUERTO MADRYN - TRELEW

I

Llegué al control policial veinticinco minutos pasado el medio día. Entré a hacer unas preguntas. Un policía "adulto joven" me miró con cara de nomehincheslaspelotas (ahívieneesteajoder en dominicano). Me sorprendió que no me dijera "civil", ni "comando", ni nada en absoluto. Apenas levantó la mirada, así que recurrí a un arma infalible y al parecer virtualmente desconocida por los uniformes uniformados: la cortesía.

Me acerqué dos pasos, hasta que mis pies entraron en su campo de visión, apenas lo suficiente para molestar su lectura de partes y esperé. Primero un ligero frunce en el ceño, intermitente, como las direccionales de los autos. Luego en el papel comenzó a arrugar los espacios que ocupaban sus dedos, hasta que los soltaba en la bandeja, donde permanecían ligeramente arrugados, como quien no quiere dejar olvidar.

Y así por un par de minutos hasta que empezó a levantar la mirada. Era inevitable, la emboscada estaba lista, cayó. Cuando la tensión en las venas del cuello y las sienes alcanzaron el punto esperado, ese en el cual la boca empieza a quererse mover, una voz tan firme como suave proveniente de mi cuerpo lo intercepta: disculpe oficial (creo que nunca lograré entender lo que produce en un uniformado de bajo rango el ser llamado oficial) y le pregunté si en ese punto la gente levantaba, preguntó para dónde iba, le pedí orientación y terminamos hablando sobre Madryn y Patagonia y el clima, ya éramos dos humanos de nuevo, y por breve instante el uniforme se llenaba de fisuras y manchas transparentes. Solo un momento, sonó la radio, y lo uniforme y el arruge lo tomaron por asalto y reconquistaron la cumbre. No nos despedimos. Lo dejé con la radio, y salí a esperar en la carretera. No calculé los refuerzos. Hasta entonces había sido un empate.


II

Esperé veintisiete minutos antes de ser levantado por primera vez en este viaje. El conductor, un señor de rostro muy serio, acompañado de un joven que no debía pasar de los 17 años que iba sin remera en el asiento del pasajero. Parecían padre e hijo, y parecían además gente tranquila.

¿A dónde va Flaco? Me preguntan. Por lo menos hasta Trelew respondo.
¿A Trelew? se miran, bueno vení responde el señor.
Mil gracias y subí. Me presenté. Hola mi nombre es.. vengo de... y volví a agradecerles.

El trabaja en metalurgia. Tiene su propio taller. El chico, de 16 años aún está en la escuela. De vacaciones. Así que aprovechó para regresar con papá desde Madryn, después de haber estado de joda (en coro, de fiesta) con unos amigos, y creo que familia, en Puerto Pirámides.

Hablamos de viajes, de la educación latinoamericana, de la familia, del costo de la vida. En general yo preguntaba mucho, y ellos también. Más el hijo que el padre, quien parecía una persona amable pero extremadamente discreta. Hablaba bajo y de vez en vez se sonreía y hablaba bajito.


III

En una hora y menudo, llegamos a la ciudad. Mientras entramos, el padre pregunta al hijo, ¿lo invitamos al flaco a comer? El hijo lo mira algo sorprendido y alzando un poco los hombros, dice: (prolongado como describiendo una onda que oscila entre la certeza y la duda). Anda llama a tu mamá para que no nos mate dice el grande al chico. No contesta, responde. Bueno, nos arriesgamos, insiste el padre mientras yo recuerdo a mi mamá cuando la poníamos en esas a cada rato. Razón por la cual en casa se instituyera (desde muy temprano además) el famoso "mátese usted mismo", que consistía en un tour guiado hacia las partes esenciales de la cocina, en el cual se presentaba a "la visita" (en su primera visita) donde estaban las cosas para que si alguna vez volvía se sirviera de sus propios medios. Y que se aplicaba también (salvo ocasiones especiales) a todo lo que se comería en casa después del medio día, que bastante grandecitos que estábamos ya. El caso es que recordaba esas cosas y sonreía imaginándome como sería la mamá y qué pensaría de la situación.

Aquí es, bajá tus cosas. Escuché decir y salí del trance. 


IV

Má trajimos visita. Mirá lo que nos encontramos dijo el hijo no bien entró. Ella mira al padre que se pone un poco colorado y se rie, mientras va a la cocina y le dice ¿ponemos otro plato?

La mamá algo sorprendida, pero de muy buena gana me dió la bienvenida, o al menos eso sentí yo, y me invitó a sentarme. Hubo entre ella y su marido un diálogo complice que no alcancé a decifrar y que me pareció lindo.

La comida divina. Hacía tiempo que no me sentaba en una mesa con una familia a comer. La silla me llevó a casa, a las comidas con mis viejos (quienes detestan que me refiera a ellos de esa manera) y mi hermana y hermano, al oscurísimo humor y la sutileza en la ironía, con la que nos comunicamos en esas aguas. Nunca he sido mucho de extrañar, pero en ese momento extrañé.


H.  (CONTINUARÁ..)